Desde mi tierna infancia adquirí el irrenunciable hábito de tomar café. En mis afanes por buscar la salud física y emocional he podido abandonar por temporadas o para siempre toda clase de adicciones potenciales: El cigarro, el juego, los azúcares, las harinas, la carne, los lácteos, el alcohol, los refrescos embotellados, los enamoramientos delirantes y hasta el sexo. Solo hay tres cosas que no he podido dejar: Los libros, los amores platónicos y el café. De hecho he escrito estas líneas bajo la inspiración de un par de tazas de delicioso café mezcla de la casa del Kaldi Café de Saúl Murillo.
En diciembre de 2002, Saúl vio realizado un sueño seguramente acariciado largo tiempo: abrir su propio café. Quienes lo estábamos esperando, lo agradecimos, porque finalmente tendríamos a partir de ese momento un servicio de buen café, qué tanta falta nos estaba haciendo. Un servicio de cafetería que girase exclusivamente alrededor del café y el té, pensado para degustar de estas reconfortantes debidas legendarias, ideal para propiciar la charla, la lectura, el intercambio de ideas, sin intromisiones de otro tipo de distractores.
En diciembre de 2002, Saúl vio realizado un sueño seguramente acariciado largo tiempo: abrir su propio café. Quienes lo estábamos esperando, lo agradecimos, porque finalmente tendríamos a partir de ese momento un servicio de buen café, qué tanta falta nos estaba haciendo. Un servicio de cafetería que girase exclusivamente alrededor del café y el té, pensado para degustar de estas reconfortantes debidas legendarias, ideal para propiciar la charla, la lectura, el intercambio de ideas, sin intromisiones de otro tipo de distractores.
La historia
del consumo de café, tema central de este encuentro, es tan antigua como la
civilización humana. Se origina en Etiopía y su expansión en el mundo fue
propiciada por los árabes, quienes lo llevaron consigo a sus tierras
conquistadas. Su nombre se deriva del vocablo árabe “qahwah”.
Para 1500
d.c., la costumbre de beber café estaba presente en todo el mundo árabe, en
donde como ustedes saben se alcanzaron
altos grados de sofisticación cultural. Los hombres se reunían en salones de
gran confort a jugar ajedrez, conversar,
leer poemas y beber café. Los derviches de El Cairo solían tomar café como parte del frenético
ritual que los caracteriza hasta hoy.
El café cobró
popularidad en Europa desde principios del siglo (17) XVII, italianos,
holandeses, alemanes e ingleses, adoptaron rápidamente el gusto por la energetizante bebida y se abrieron las primeras cafeterías
públicas. El café entonces compitió
fuertemente contra la costumbre de tomar té.
Mi teoría es
que el consumo del té seguía teniendo uso en los hogares y salones de sociedad,
mientras que el café se bebía en lugares underground, lo que no coincide con la
imagen de los confortables espacios de los sofisticados árabes, pero así suele
suceder en el tránsito de los intercambios culturales, lo que en unos es
placentero en otros es motivo de persecución.
Pues bien, las
cualidades estimulantes del café y la asiduidad a las cafeterías, espacios semi
clandestinos o por lo menos marginales durante los siglos XVII (17) y XVIII (18) en Europa y Estados Unidos, estuvieron
de la mano con el intercambio de las
ideas y el surgimiento de las aspiraciones
libertarias que derrumbaron el viejo
régimen y dieron pie al nacimiento de las repúblicas democráticas y a la
era moderna.
A lo largo de
su historia el café como bebida reconstituyente del ánimo y capacidad para
estimular la creatividad ha sido
propiciador del desarrollo del pensamiento filosófico, de buena parte de los descubrimientos
científicos, de los avances en tecnología y hasta de la creación de grandes
obras de arte, además de ser el marco
predilecto para la conspiración insurgente,
y pretexto idóneo para la convivencia
amistosa y familiar.
Las formas de
consumir el café son tan diversas como las naciones, las posibilidades y gustos
de cada quien. Recuerdo hoy nada más una referencia literaria, de las muchas
que debe haber, García Márquez en su novela Cien años de soledad hace mención
reiterada del modo en que toma café el coronel Aureliano Buendía: Negro con azúcar.
A los
degustadores aficionados nos gusta tomarlo de diferentes maneras, según el
antojo, el ánimo o los requerimientos: Express, late, cortado, moka, capuchino
caliente o frío, americano y hasta de olla –sin duda el más mexicano porque
lleva canela, clavo, cáscara de naranja y piloncillo-, pero nunca soluble
porque NOescafé.
Así pues,
Kaldi Café vino a llenar una necesidad creciente de nuestro entorno, la de ofrecer café para conocedores, género de los
servicios restauranteros que cualquier
ciudad con pretensiones cosmopolitas debe tener, y aunque hubo algunos
antecedentes previos, éstos sucumbieron pronto o se mezclaron con distintos
servicios, por lo cual el nicho permanecía incólume en aquel momento.
El proyecto inicial de la familia Murillo
triunfó en definitiva y partir de esa fecha contamos con este espacio,
preferido por los habituales del buen café, de la conversación con contenido y
de los artistas, puesto que Kaldi no solo es una cafetería, es también un foro
para la difusión de la cultura y el arte. Es más, ya no es sólo un espacio, son
tres gracias al impulso empresarial expansivo de Saúl.
Hablaré de
Saúl ahora, un joven empresario de gustos refinados, sensible a la cultura
contemporánea, a quien he visto cuidar con gran esmero cada detalle de sus
establecimientos, desde el color de las paredes, la colocación del
mobiliario hasta el diseño de los impresos, sin descuidar un instante la
calidad del servicio y la nitidez de las cualidades del grano que utiliza en las mezclas que ofrece a sus parroquianos.
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