Este Mundo loco: La guerra de los "estacionamientos"
En alguna revista de antaño, de las que se leían en mi casa
en aquellos años de mi infancia, había una sección titulada “Este Mundo loco”.
Ahí se describían sucesos insólitos, rarezas, costumbres extrañas de
continentes lejanos. Era una lectura divertida y amena que al final dejaba al lector una sensación como de
reconfortamiento. En el fondo uno pensaba que, después de todo, en el anodino universo personal se estaba
bien. La realidad es que las locuras nos circundan mucho más de lo que uno
quisiera hoy en día.
Esta que escribe vive en un barrio obrero desde hace más de
tres décadas, en una sencilla casita de Infonavit con jardincito en el frente y
espacio en la cochera para un auto. Mi casa es igual a todas las demás. Casi
todas las familias cuentan con dos autos como mínimo y hasta tres, por lo que
hay momentos del día o la noche que los espacios de estacionamiento en la calle
son insuficientes. De los 365 días del año, por lo menos durante 300 alguno de los vecinos usa el espacio frente a
mi cochera para estacionarse en algún momento del día. Cuando llego por las
tardes a casa –esto ya se volvió rutina- detengo el auto frente a la casa, a
veces toco el claxon y sale el vecino en cuestión o me bajo a tocar las puertas
para pedirles que se retiren. Hace años que dejé de molestarme por eso, lo hago
sin sufrir, pienso que todos son muy buenos vecinos y cuando pido alguna ayuda siempre
acuden en mi auxilio con la mejor disposición. Es, digamos, un dar y recibir
que nos ha permitido vivir en armonía por treinta años. Bien vale la pena un
poco de amabilidad. Por eso no me explico ciertas actitudes que narraré a
continuación.
Uno de estos días una amiga se estacionó en los cajones de
un centro comercial que está frente a su trabajo, donde por cierto suele
desayunar dos o tres veces por semana. A la hora que llegó todavía estaban
cerradas las cortinas metálicas de los establecimientos y dado que planeaba
salir en unos minutos no creyó hacer mal, pero no salió. Tuvo tal presión en el
trabajo que no se levantó de su silla ni para ir al baño. Llegó la hora de
salida y se quedó una hora más. Cuando por fin salió ni siquiera se acordaba
donde se había estacionado –lo cual le sucede con frecuencia, es tal su
despiste-, hasta que vio el auto bloqueado por otro que estaba detrás. Con
resignación y consciente del error fue
entrando a los cafés, boutiques y otros
negocios para pedir que la desbloquearan. En uno de los lugares, el dependiente
la puso como “palo de gallinero” y ella asentía pidiendo disculpas. ¿Cómo
explicar su despiste? Pero el hombre continuaba y continuada su retahíla de
amenazas, que les quitaba los clientes, que le iban a ponchar las llantas, rayar
la carrocería, quebrar los vidrios, que mejor se cuidara porque el dueño era de
armas tomar. Al fin encontró en otro negocio a quien había dejado su vehículo
detrás del suyo, a propósito debo decir, y nuevamente la cascada de reclamos
por parte de la propietaria y disculpas por parte de mi amiga, a tal grado
subió la agresión que ya estaba decidiendo irse, dejar el auto ahí o quedarse a
pernoctar dentro de él, cuando en eso entra un muchacho de no más de 15 años
amenazando con sacar la fusca. ¡Imagínense ustedes! ¡Por un asunto de un
estacionamiento en una plaza comercial donde hay hasta 10 o más cajones para
tal efecto, amenazar con sacar armas de fuego cual viles sicarios! ¡Amenazar a
quien además es clienta frecuente del lugar! ¡Este mundo es de locos!
Esta anécdota me hace recordar otra. Un amigo tenía una
escuela de belleza bastante exitosa en una avenida con mucho tráfico vehicular.
La Academia solo tenía dos cajones de estacionamiento por lo que las alumnas
debían estacionarse en calle colindantes. En la esquina había un
establecimiento atendido por un hombre exhibicionista e intolerante. Una tarde
salió hecho un energúmeno, en camiseta de tirantes para mostrar los músculos, y
agredió a las muchachas que se estaban estacionando en la banqueta de su
fachada; entre las linduras de insultos que les profería estaba el clásico
“pendejas”, lo cual las ofendió grandemente. Al día siguiente llegó el novio de
una de ellas con sus escoltas armados hasta los dientes, sacaron al musculoso
intolerante de su tienda y lo encañonaron con las armas largas al grito de: ¡A
ver pochudo, ahora sí, atrévete a gritarle pendeja otra vez a mi novia! Si no
lo ejecutaron en el momento seguramente que fue por no perjudicar a la
muchacha. Desde luego, el hombre nunca más volvió a meterse con las alumnas de
la academia. ¡Este mundo de locos!
En contraparte, tuve yo una experiencia positiva cuando este
mediodía fui a comer en un restaurante popular. Solo había estacionamiento en
los cajones de una tienda de lavadoras aledaña del negocio de comida. Teniendo
conocimiento de lo anterior dudé en colocar ahí mi auto pero el propietario muy
gentilmente me hizo señas para que tomara el lugar y así lo hice. Se lo
agradecí al bajar pensando en que por fortuna todavía existimos ciudadanas y
ciudadanos totalmente alejados de la violencia fomentada por la narco cultura que, por
desgracia, gana cada día más terreno, como lo demuestran con sus actitudes
estas personas, capaces de blandir las armas hasta por una estúpida
reyerta de cajón de estacionamiento.
¡Este mundo de locos por los autos, los estacionamientos y las armas!
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