LA BUR-R-OCRACIA
El
término “burocracia” viene del francés bureaucratie, y este de
bureau que se traduce como mesa,
escritorio, y -cratie, -cracia: gobierno. Regularmente, al hablar de burocracia
se le asocia con ineficiencia y exceso de trámites y papeleo que no llevan a ningún
lado, así como en el ejercicio del poder para sostenerse a sí misma en el poder.
Cuando
inicié mi colaboración con el INEA lo hice, como muchos, inspirada en las
enseñanzas de Paulo Freire y con la firme intención de contribuir en el combate
a la ignorancia. El INEA era una institución naciente y la mayoría andábamos en
la veintena de edad. Bastante jóvenes y soñadores, fuimos capaces de crear lo
que no existía a base de pulmón. Todos los primeros años mi labor fue en el
campo, en las colonias de trabajadores y de paracaidistas, y posteriormente en
el Programa de Educación Básica en Centros de Trabajo. Pasé de visitar casa por
casa a los usuarios y de negociar con los dirigentes de las colonias, fueran
del PRI o del CDP, a negociar con gerentes y propietarios de toda la gama de empresas
de la iniciativa privada y del sector público, para llevar los servicios de
educación básica para adultos a los centros laborales. Esas experiencias quedaron plasmadas en un
texto que obtuvo un tercer lugar en el concurso de testimonios de la educación convocado
por el CIDA cuando lo dirigía el Dr. Armando Loera.
Lo
que no fue reflejado en ese texto era la repugnancia que me ocasionaba la
burocracia, a la que percibía como enemiga acérrima de la educación. La burocracia con sus
interminables papeleos y temporalidades mataba toda buena intención. Más de una
vez me confronté con los compañeros burócratas porque le negaron alguna
constancia o certificado de estudios a alguien, o porque los hacían esperar
horas o dar vueltas y vueltas antes de “hacerles el favor”.
Cierta
vez le negaron atención a una señora que había logrado escapársele al marido –era
un caso extremo de violencia intrafamiliar-
y yo fui al día siguiente a reclamarle a la compañera por su
desatención, haciéndole ver lo difícil que era para la persona acudir a las
oficinas, ella nada más me veía sin proferir palabra alguna; ya desahogada y
con el documento en mano me fui a llevárselo a la usuaria. Sin embargo, durante mucho tiempo llevé el
cargo de conciencia por haber sido imperativa con la compañera y como
veinte años después le pedí disculpas,
ella simplemente me respondió: “Ni me digas, yo estaba muy apenada contigo, tú
te preocupabas tanto por los adultos”.
Por
esas fechas escribí un cuento, a todas luces inspirado en esas vivencias, que
fue publicado creo que en El Heraldo. Obvio que fue leído por los directivos de
la institución y alguno llegó a comentar con disgusto que yo los juzgaba de “burócratas”.
No obstante, el dichoso cuento fue premonitorio y pocos años después fui
invitada a incorporarme a la plantilla de funcionarios de la institución para hacerme cargo del área de
Participación Social.
Más
pronto cae un hablador que un cojo, digo yo siempre, porque rápidamente me vi
convertida en "burócrata". Entre las importantísimas actividades que debía
realizar estaba la de llevar el seguimiento de un formato –bendito invento de
la burocracia el “formato”- para medir los logros en Participación Social. Los
coordinadores de zona debían registrar ahí toda acción producida por efectos de
la solidaridad y calcular en dinero hipotético lo que había sido ingresado. Era
bastante absurdo y yo, claro que les exigía su cumplimiento como si en ello me
fuera la vida, hasta que me dieron una lección inolvidable.
Cuando
vi entrar al compañero de Guachochi por mi oficina le reclamé su falta de
cumplimiento con dicha información; él, que era bastante rijoso, logró
controlar su ira para responderme que no tenía manera de mandarlo, a lo que yo
le contesté: “pues mándalo por fax” (aún no existía el internet). En ese
momento aquél soltó una carcajada estruendosa para espetarme en la cara: -¡Será
por burrofax! ¿Qué te hace pensar que hay fax en Guachochi?- . Tenía toda la
razón, en esos tiempos no había carretera para Guachochi, la comunicación más
avanzada se hacía por Teléfonos del Estado y ésta que escribe, como buena "burócrata", jamás había puesto un pie en aquellas latitudes, pero eso si, me creía capaz de imponer mis inexpertos criterios.
Afortunadamente,
en cuanto pude me libré de ese destino. Ser "burócrata" no está con mi esencia
creativa. Luego de eso estuve muchas veces en Guachochi y recorrí prácticamente todo el Estado para conocer su geografía, su gente y empaparme de la realidad. A nadie le sobra un baño de pueblo.
Después decidí poner miras hacia otros objetivos que me dieran más
satisfacción, que tuvieran más relación con mi visión e ideología, en la
defensa de los derechos de la mujer, la
promoción cultural, el fomento a la lectura, los derechos de los pueblos originarios, la investigación educativa, el
diseño de materiales didácticos y desde luego la literatura y el periodismo
cultural. He transitado por diversas instituciones, he conocido gente, me he
enriquecido con la sabiduría de muchos compañeros y compañeras de trabajo. He
aprendido de la mejor y la peor manera, pero siempre en la misma línea, la de
la creatividad versus la destrucción.
He
conocido a todo tipo de personas y todo tipo de situaciones. Hoy en día, por
desgracia, me he topado nuevamente con algún
o alguna burócrata de esos que odian a
la humanidad y que fincan su valía personal en la capacidad de obstaculizar al
otro.
El "burócrata" aberrante es incapaz de comprender la misión de la institución en
donde se desempeña, para él -o ella- su mundo se reduce a lo que sucede alrededor de su
escritorio y el podercito que detenta a través de su firma y sellos; se aferra
a sus “formatos”, a sus estúpidos procedimientos, es sádico y disfruta haciendo
sufrir a quienes llegan a realizar cualquier trámite con él. Que la firma tal,
que el folio ese, que las mil copias, que me caes gordo y no te tramito nada o
por lo menos te aplico el “tortuguismo” a ver si te cansas y te largas. Los reconoce uno porque regularmente muestran una sonrisa sarcástica y de burla mientras su víctima trata de desentrañar su perverso discurso.
¡Válgame Dios! Toparse en la vida con un o una "burócrata" de ese proceder es peor que recibir una patada en el cu-tis.
¡Válgame Dios! Toparse en la vida con un o una "burócrata" de ese proceder es peor que recibir una patada en el cu-tis.
Debo
aclarar que no todos los que trabajan como burócratas son “burócratas”, también
hay buena gente.
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