Tuesday, November 13, 2018

NO MORIR EN EL INTENTO 2


LA BUR-R-OCRACIA

El término “burocracia” viene del francés bureaucratie, y este de bureau que se traduce como  mesa, escritorio, y -cratie, -cracia: gobierno. Regularmente, al hablar de burocracia se le asocia con ineficiencia y exceso de trámites y papeleo que no llevan a ningún lado, así como en el ejercicio del poder para sostenerse  a sí misma en el poder.
Cuando inicié mi colaboración con el INEA lo hice, como muchos, inspirada en las enseñanzas de Paulo Freire y con la firme intención de contribuir en el combate a la ignorancia. El INEA era una institución naciente y la mayoría andábamos en la veintena de edad. Bastante jóvenes y soñadores, fuimos capaces de crear lo que no existía a base de pulmón. Todos los primeros años mi labor fue en el campo, en las colonias de trabajadores y de paracaidistas, y posteriormente en el Programa de Educación Básica en Centros de Trabajo. Pasé de visitar casa por casa a los usuarios y de negociar con los dirigentes de las colonias, fueran del PRI o del CDP, a negociar con gerentes y propietarios de toda la gama de empresas de la iniciativa privada y del sector público, para llevar los servicios de educación básica para adultos a los centros laborales.  Esas experiencias quedaron plasmadas en un texto que obtuvo un tercer lugar en el  concurso de testimonios de la educación convocado por el CIDA cuando lo dirigía el Dr. Armando Loera.
Lo que no fue reflejado en ese texto era la repugnancia que me ocasionaba la burocracia, a la que percibía como enemiga acérrima  de la educación. La burocracia con sus interminables papeleos y temporalidades mataba toda buena intención. Más de una vez me confronté con los compañeros burócratas porque le negaron alguna constancia o certificado de estudios a alguien, o porque los hacían esperar horas o dar vueltas y vueltas antes de “hacerles el favor”.
Cierta vez le negaron atención a una señora que había logrado escapársele al marido –era un caso extremo de violencia intrafamiliar-  y yo fui al día siguiente a reclamarle a la compañera por su desatención, haciéndole ver lo difícil que era para la persona acudir a las oficinas, ella nada más me veía sin proferir palabra alguna; ya desahogada y con el documento en mano me fui a llevárselo a la usuaria.  Sin embargo, durante mucho tiempo llevé el cargo de conciencia por haber sido imperativa con la compañera y como veinte  años después le pedí disculpas, ella simplemente me respondió: “Ni me digas, yo estaba muy apenada contigo, tú te preocupabas tanto por los adultos”.
Por esas fechas escribí un cuento, a todas luces inspirado en esas vivencias, que fue publicado creo que en El Heraldo. Obvio que fue leído por los directivos de la institución y alguno llegó a comentar con disgusto que yo los juzgaba de “burócratas”. No obstante, el dichoso cuento fue premonitorio y pocos años después fui invitada a incorporarme a la plantilla de funcionarios de la institución  para hacerme cargo del  área  de Participación Social.
Más pronto cae un hablador que un cojo, digo yo siempre, porque rápidamente me vi convertida en "burócrata". Entre las importantísimas actividades que debía realizar estaba la de llevar el seguimiento de un formato –bendito invento de la burocracia el “formato”- para medir los logros en Participación Social. Los coordinadores de zona debían registrar ahí toda acción producida por efectos de la solidaridad y calcular en dinero hipotético lo que había sido ingresado. Era bastante absurdo y yo, claro que les exigía su cumplimiento como si en ello me fuera la vida, hasta que me dieron una lección inolvidable.
Cuando vi entrar al compañero de Guachochi por mi oficina le reclamé su falta de cumplimiento con dicha información; él, que era bastante rijoso, logró controlar su ira para responderme que no tenía manera de mandarlo, a lo que yo le contesté: “pues mándalo por fax” (aún no existía el internet). En ese momento aquél soltó una carcajada estruendosa para espetarme en la cara: -¡Será por burrofax! ¿Qué te hace pensar que hay fax en Guachochi?- . Tenía toda la razón, en esos tiempos no había carretera para Guachochi, la comunicación más avanzada se hacía por Teléfonos del Estado y ésta que escribe, como buena "burócrata", jamás había puesto un pie en aquellas latitudes, pero eso si,  me creía capaz de imponer mis  inexpertos criterios.
Afortunadamente, en cuanto pude me libré de ese destino. Ser "burócrata" no está con mi esencia creativa. Luego de eso estuve muchas veces en Guachochi y recorrí prácticamente todo el Estado para conocer  su geografía, su gente y empaparme de la realidad. A nadie le sobra un baño de pueblo.
Después  decidí poner miras hacia otros objetivos que me dieran más satisfacción, que tuvieran más relación con mi visión e ideología, en la defensa de los derechos de la mujer,  la promoción cultural, el fomento a la lectura, los derechos de los pueblos originarios, la investigación educativa, el diseño de materiales didácticos y desde luego la literatura y el periodismo cultural. He transitado por diversas instituciones, he conocido gente, me he enriquecido con la sabiduría de muchos compañeros y compañeras de trabajo. He aprendido de la mejor y la peor manera, pero siempre en la misma línea, la de la creatividad versus la destrucción.
He conocido a todo tipo de personas y todo tipo de situaciones. Hoy en día, por desgracia, me he topado nuevamente  con algún o alguna burócrata  de esos que odian a la humanidad y que fincan su valía personal en la capacidad de obstaculizar al otro.
El "burócrata" aberrante es incapaz de comprender la misión de la institución en donde se desempeña, para él -o ella- su mundo se reduce a lo que sucede alrededor de su escritorio y el podercito que detenta a través de su firma y sellos; se aferra a sus “formatos”, a sus estúpidos procedimientos, es sádico y disfruta haciendo sufrir a quienes llegan a realizar cualquier trámite con él. Que la firma tal, que el folio ese, que las mil copias, que me caes gordo y no te tramito nada o por lo menos te aplico el “tortuguismo” a ver si te cansas y te largas. Los reconoce uno porque regularmente muestran una sonrisa sarcástica y de burla mientras su víctima trata de desentrañar su perverso discurso.

 ¡Válgame Dios! Toparse en la vida con un o una "burócrata" de ese proceder  es peor que recibir una patada en el cu-tis.
Debo aclarar que no todos los que trabajan como burócratas son “burócratas”, también hay buena gente.

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