LAS VENTAJAS DEL CONCEPTO ABIERTO
1
Primer sábado del regreso al semáforo rojo, las noticias de
los contagios por COVID19 van cerrando
mi cerco de protección y el de mi familia. Algo hay de desesperación en
el oxígeno que alimenta mis pulmones, ya de por si contraídos por la permanente
contaminación que circunda la cotidianidad de una ciudad como ésta, seca y
soleada, lacerada por el continuo rumor de los motores de automóviles
humeantes.
¿Cómo iniciar la rutina sabatina a sabiendas de que hay que enviar los pésames
y que no será posible abrazar, ni tender la mano, ni acercarse? Lágrimas.
De madrugada soñé que me cambiaba de casa, sueño recurrente
desde hace años, de cuando dejé de soñar que volaba. Los sueños de cambio de
casa no suelen ser afortunados en mi semiótica personal. A veces las casas del sueño
están en obra negra, o derruidas de tan viejas, o bombardeadas por extrañas guerras
civiles o amenazadas por delincuentes; a veces son mejores y más lujosas que mi
casa actual pero algo hay que las hace inhabitables para mí. La de esta madrugada
era hermosa, llena de agradables rincones, solo que mis mascotas Mancha y Owí
no tenían cabida. Finalmente el agradable sueño se convirtió en angustiosa
pesadilla al mirar la sufrida carita de mis compañeros de vida y surgir la
interrogante: ¿Qué hacer?
Ya con la luz del amanecer abro los ojos en mi habitación y
me abrazo a las almohadas, me aferro a no salir de aquí, a permanecer entre estas
paredes claras y la furtiva presencia del
astro que traspasa las cortinas traslúcidas.
2
Primer sábado del regreso al semáforo rojo. Ropa en la
lavadora, agua calentándose en la estufa. El sol en pleno inunda mi pequeña
sala-cocina-comedor (diseño de algún
arquitecto del sistema con ideas avantgarde tercermundistas) y se topa con los
cuadros, los libros, las plantas, las cerámicas, se desparrama sobre la mesa de
madera que amo y todo en conjunto me vuelve a la acción. Las ventajas del
concepto abierto.
La lluvia energética de “You Should Be Dancing” es mi mantra para empezar, sigue “Stayin alive”, bailo frente al espejo
recordando aquellas tardes de Disco Dance
de la adolescencia. A ritmo de de
“YMCA” abro el refrigerador, casi fin de mes, muy pocas cosas: un huevo, medio
litro de leche, medio kilo de harina, una pera, algo de mermelada de ciruelas, si acaso una cucharada de mantequilla, dos
rebanadas de jamón. ¡Listo, ya se: crepas!
Las malas épocas me enseñaron a hacer mucho con poco y no me
puedo quejar en realidad, por suerte tengo
un “fin de mes”, un refrigerador, una estufa, un reproductor de música con bocinas, hay
quien no tiene nada y ninguna posibilidad en medio de la Pandemia.
La receta clásica de crepas lleva por cada 100 gramos de
harina, una taza de leche, un huevo, una pizca de sal y una cucharada de
mantequilla derretida, mezclo todo en licuadora mientras bailo “Disco Inferno”.
La placa de hierro se encuentra a punto de calor, vierto la mezcla y veo cómo
se va formando la tortilla. Ojo –me digo-
tiene que quedar delgada, lo suficiente
para poderla enrollar. Van una tras otra, al final tengo un altero de crepas en
la charola. ¿Para qué tantas, me digo, solo estoy yo aquí, confinada, sin pareja,
los hijos en sus propios hogares. Nadie a mi lado que disfrute las delicias de este
platillo.
Con “We are familiy” a todo vuelo, dispongo la mesa. Lugar
solo para uno: Mantelillo, plato extendido, cuchillo y tenedor, taza para el
té, copa para el jugo. Con cuidado acomodo la fruta, el jugo, las crepas,
relleno con mermelada artesanal. Para compensar tanta azúcar (no resultó ser un
desayuno tan sano) vierto té negro chai en la taza y de inmediato se incrusta
en mis narices el divino aroma de las especies que contiene: canela, clavo,
jengibre, anis. Me congratulo nuevamente porque todavía tengo olfato, gusto, oído,
vista, tacto y sentido del ritmo, como gustosa mientras “A tast of honey” me hace mover los pies.
“I will survive” no puede faltar, me levanto de la mesa para
seguir bailando; brinco, levanto el brazo y grito: I will survive, I will survive, I will
survive!!! Veo la charola de crepas y decido: Las compartiré como las abuelas
que hacían kilos y kilos de galletas para todo el barrio, porque sea como sea,
sobreviviré, sobreviviré.
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