El año pasado se celebró el centenario del nacimiento de la pintora Frida Kahlo y el cincuenta aniversario de la muerte del que era su compañero de vida, el muralista Diego Rivera.
ÉL. Diego fue, sin duda, el artista más representativo de nuestro país en el siglo XX. Hijo de un maestro de escuela con ideas liberales, desde la tierna edad de dos años manifestó su talento artístico, lo que más tarde lo haría acreedor de una beca para estudiar pintura en España y Francia. Durante su estancia en Europa no solo aprendió de los más destacados artistas de las vanguardias sino que iba a la par de ellos. La controversia que sostuvo con Picasso es histórica. Una vez que regresa a México, Rivera se convertiría en el creador más activo de la propuesta nacional en las artes plásticas. Con el apoyo de José Vasconcelos, los muros de los edificios públicos se pondrían a disposición del arte y de la ideología, conformándose como el más eficiente medio de difusión de una política cultural que era crucial en aquella etapa posrevolucionaria. Para los muralistas, Arte y Revolución van de la mano ya que el arte con contenido social se hace accesible sin restricciones al pueblo, estimulando una toma de conciencia estética y política de manera simultánea. Rivera destacó no solo como pintor sino que también mantuvo una decidida presencia como militante de izquierda en la política mexicana, siendo congruente con sus ideas hasta el fin.
Ella. Frida Kahlo estuvo a su lado por treinta años. No obstante los fuertes lazos que los unieron, hay que reconocer que Frida brilló por si misma y con sus propios recursos artísticos. La obra de Kahlo es mucho más intimista, incluso ha sido calificada como surrealista, producto tal vez de una visión de la vida determinada por el constante dolor físico que padecía como consecuencia de la polio infantil y del accidente que sufrió en su adolescencia. Gracias a la notable fuerza plástica de su obra, la pintora mexicana ha alcanzado reconocimiento mundial, convirtiéndose en uno de los íconos femeninos por excelencia del arte contemporáneo. Al igual que su pareja, conservó con firmeza la militancia política hasta sus últimos días. Durante sus funerales, en un gesto de fervor revolucionario, Diego colocó la bandera roja de la hoz y el martillo sobre su féretro.
La pareja. De ambos artistas, y de la vida en común que sostuvieron, se han escrito muchas páginas, han sido materia de cine y televisión, inclusive
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