Si no cuento esta historia me ahogo: Hará unos siete años que varios conocidos nos reunimos a conversar en casa de una pareja de amigos. Entre los presentes se encontraba cierta connotada científica chihuahuense, amiga de mi familia. La conversación se prolongó durante horas al calor de algunos tragos. Temas de charla hubo muchos y diversos, sobresaliendo el asunto de la violencia hacia las mujeres en el estado de Chihuahua que no cejaba. Curiosamente, entre los conversadores se hallaba también un antiguo maestro universitario y líder político que de inmediato se adueñó del trono de la siguiente manera: alguien iniciaba un tema de conversación, cada uno de los presentes manifestaba su opinión y cerraba emitiendo la suya el santón, el cual se veía a si mismo venerado por todos por más arcaicas o fuera de lugar que eran sus ideas. Al cabo de un buen rato en esta dinámica me dio comezón en el cerebro. ¿Por qué? --pensó la que esto escribe-- ¿Este personaje debe decir siempre la última palabra por muy venerable anciano o muy masculino que él sea? Y con bastante culpa por el desacato a las canas, no al género, comencé expresar ideas las más de las veces diversas a las ofrecidas por el señor, simplemente porque lo consideraba pertinente. Al término de la velada, la científica, quien me conoce desde los tiempos en que ella era profesora y yo alumna en la misma escuela primaria me dijo: Me dio gusto volver a verte pero más gusto me dio escucharte. Siempre agradeceré a esta gran mujer aquel gesto de solidaridad y reconocimiento, aunque, estoy segura, al santón no le hizo tanta gracia, después de todo para personas como ésta las mujeres sólo servimos para las tres K (cama, cocina y críos).
8 de marzo
Ayer se conmemoró en todo el mundo el Día Internacional de
Una última reflexión por este día: Hoy por hoy, ser mujer y no morir en el intento es una proeza y por eso somos heroínas, cada una, de nuestra propia epopeya.
No comments:
Post a Comment