Daniel Espartaco entró en una ocasión a la sala cuando un grupo de amigos escuchábamos a Joaquín Sabina, a quien acabábamos de descubrir hacía poco tiempo y con gran fervor coleccionábamos sus producciones discográficas. Como todos los hipercríticos hijos de nuestra generación, el adolescente exclamó: ¡Cómo, otra vez aquí el Club de las Mentiras Piadosas! Nos cayó en gracia y decidimos adoptar el nombre. Aquel grupo de admiradores del cantautor español se acabó hace rato, unos se fueron de la ciudad, otros nos encausamos por distintos intereses; en el fondo de mi creo que seguimos unidos por la música de Sabina. A diferencia de la mayor parte de la letrística comercial, que generalmente cae en la cursilería o en la bobería más absoluta, Sabina no es complaciente en sus canciones, puede hacernos suspirar y hasta llorar, pero sobre todo nos hace reflexionar y cuestionarnos por conducto de la risa. En momentos dramáticos cualquiera de los del club podremos recurrir a su actitud visionaria: Para qué sufrir si existen “más de cien palabras, más de cien motivos para no cortarse de un tajo las venas, más de cien pupilas donde vernos vivos, más de cien mentiras que valen la pena”, por ejemplo: “Tenemos el sexo y el rock y la droga, los pies en el barrio, y el grito en el cielo, tenemos Quintero, León y Quiroga, y un bisnes pendiente con Pedro Botero”, en resumen: más de cien mentiras piadosas a las cuales aferrarse para seguir adelante. Los años transcurren y el autor no pasa de moda sino que se consolida como un clásico de la cultura contemporánea en el mundo de habla hispana; más castizo que cualquier miembro de
Tuesday, September 30, 2008
Más de cien mentiras piadosas
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