Wednesday, November 18, 2020

DE LA EMPATÍA Y LOS FONDOS FEDERALES DESAPARECIDOS

 

“…¡Cuídate del indiferente!…

¡Cuídate de los nuevos poderosos!

¡Cuídate del que come tus cadáveres,

del que devora muertos a tus vivos!...”

 

España, aparta de mí este cáliz (fragmento)

César Vallejo

 

Quienes realizamos labores cercanas a los grupos sociales vulnerados  hemos sentido como una patada de mula la noticia de la desaparición de los fondos de desarrollo social, entre ellos los educativos,  destinados a atender a la población que sufre algún tipo de condición de vulnerabilidad; fondos  que se habían instituido sexenios atrás con el fin de “paliar” un poco las  carencias perpetuadas por décadas de indiferencia social hacia las condiciones de vida de los indígenas,  madres trabajadoras, adultos mayores,  campesinos,  jornaleros agrícolas,  niñas y adolescentes embarazadas,  personas con discapacidad, pacientes de enfermedades terminales.

Simplemente no entendemos dónde se halla el razonamiento o  hilo argumentativo que justifique  tales decisiones porque en carne propia hemos sufrido las veinte mil formas en que se presenta la discriminación contra estos sectores de población, nos consta que de ningún lado salen recursos para atenderlos y dudamos fehacientemente que a partir de ahora se implemente algún flujo de recursos para su atención, porque desaparecen los fondos pero no se ven propuestas alternativas.

Desde mi trinchera advierto una gran indiferencia  de los funcionarios de primer nivel que toman decisiones  y de los políticos que  legislan  las políticas públicas, ignorancia, negación, obsesionados como están por conservar el poder.

Alguna vez escuché a cierta conocida mía, dizque “asesora política”, decir en una reunión que para qué se gastaba en publicidad y giras por la sierra si los inditos no votaban. Los parias no votan, las niñas embarazadas no votan, los jornaleros agrícolas analfabetos no votan, los indígenas monolingües no votan, los discapacitados no votan, los enfermos de cáncer no votan, por tanto no existen en los cálculos políticos. 

Al inicio de algún sexenio local  el nuevo gobernador debía presentar su Plan Estatal de Desarrollo como es costumbre, sesudos  expertos en los temas fundamentales trabajaron en la redacción días y noches hasta tener un magnífico documento. Ya impreso, a escasos días de su presentación, se dieron cuenta que olvidaron todo lo indígena, la sierra, los municipios más pobres. Nadie convocó a los ineficientes expertos, un equipo distinto asumió el reto de componer el documento.

En otro sexenio si se incluyó la mención a los vulnerables pero los funcionarios designados para bajar y operar los programas, de los que portan el lustre de ser egresados de instituciones de educación superior privadas, no les gusta ensuciarse los zapatos, eran totalmente ajenos y faltos de empatía hacia los pobres. Solamente no comprendían nada de lo que se trataba. Casi casi como la reina María Antonieta cuando, extrañada porque los parisinos estaban enojados con ella y sus damas de compañía le hicieron ver que tenían hambre pero no había suficiente pan para alimentarlos, entonces contestó: “Si no hay pan denles pasteles”. La frivolidad en toda la extensión de la palabra.

En medio de la discusión con una funcionaria, en donde yo me quejaba de la falta de apoyos por parte de la burocracia de su dependencia gubernamental en concreto, me dijo ella que había que cultivar la empatía y sí, yo lo acepté, es necesario cultivar siempre la empatía, pero en términos de la pirámide jerárquica que prevalece en estas entidades de gobierno, quienes tienen la obligación de cultivar la empatía son los de arriba hacia los de abajo, no al revés.

Tampoco es posible pedirle al rarámuri que pide kórima para llevarse algo de comida al estómago por ese día, que sea empático con el capitalista que  cena  cortes finos de carne en el club, sino por el contrario: Quién tiene más es el que debe mostrar empatía por quien tiene menos.  Una niña que fue embarazada en circunstancias de violencia de género no tiene por qué ser empática con el director de la escuela que la expulsa por dar mal ejemplo, no, es el funcionario de educación quien debe ser empático con las necesidades de sus alumnos.

Estamos pues, en un punto muerto, se acaban los “fondos” pero no hay programas que los suplan en el proyecto del gasto del gobierno para el año entrante y, en manos como hemos estado y seguiremos estando, de una clase política autista a la realidad de esto sectores de población, lo que tendremos en delante es menos educación, menos alimentación, menos trabajo digno, menos servicios de salud y  si más vulneración de los derechos, más pobreza, más hambre, más enfermedades catastróficas, más tráfico de personas, más incorporación de niñas a la prostitución, de niños al sicariato,  más explotación y esclavismo, más muertos en condiciones ignominiosas.

 

 

 

 

 

 

 

 

   

Saturday, October 24, 2020

 








LAS VENTAJAS DEL CONCEPTO ABIERTO

 

1

Primer sábado del regreso al semáforo rojo, las noticias de los contagios por COVID19 van cerrando  mi cerco de protección y el de mi familia. Algo hay de desesperación en el oxígeno que alimenta mis pulmones, ya de por si contraídos por la permanente contaminación que circunda la cotidianidad de una ciudad como ésta, seca y soleada, lacerada por el continuo rumor de los motores de automóviles humeantes.

¿Cómo iniciar la rutina sabatina  a sabiendas de que hay que enviar los pésames y que no será posible abrazar, ni tender la mano, ni acercarse? Lágrimas.

De madrugada soñé que me cambiaba de casa, sueño recurrente desde hace años, de cuando dejé de soñar que volaba. Los sueños de cambio de casa no suelen ser afortunados en mi semiótica personal. A veces las casas del sueño están en obra negra, o derruidas de tan viejas, o bombardeadas por extrañas guerras civiles o amenazadas por delincuentes; a veces son mejores y más lujosas que mi casa actual pero algo hay que las hace inhabitables para mí. La de esta madrugada era hermosa, llena de agradables rincones, solo que mis mascotas Mancha y Owí no tenían cabida. Finalmente el agradable sueño se convirtió en angustiosa pesadilla al mirar la sufrida carita de mis compañeros de vida y surgir la interrogante: ¿Qué hacer?

Ya con la luz del amanecer abro los ojos en mi habitación y me abrazo a las almohadas, me aferro a no salir de aquí, a permanecer entre estas  paredes claras y la furtiva presencia del astro que  traspasa  las cortinas traslúcidas.  

 

2

Primer sábado del regreso al semáforo rojo. Ropa en la lavadora, agua calentándose en la estufa. El sol en pleno inunda mi pequeña sala-cocina-comedor (diseño  de algún arquitecto del sistema con ideas avantgarde tercermundistas) y se topa con los cuadros, los libros, las plantas, las cerámicas, se desparrama sobre la mesa de madera que amo y todo en conjunto me vuelve a la acción. Las ventajas del concepto abierto.

La lluvia energética de “You Should Be Dancing” es  mi mantra para empezar, sigue  “Stayin alive”, bailo frente al espejo recordando aquellas tardes de Disco Dance  de la adolescencia. A ritmo de  de “YMCA” abro el refrigerador, casi fin de mes, muy pocas cosas: un huevo, medio litro de leche, medio kilo de harina, una pera, algo de mermelada de ciruelas,  si acaso una cucharada de mantequilla, dos rebanadas de jamón. ¡Listo, ya se: crepas!

Las malas épocas me enseñaron a hacer mucho con poco y no me puedo quejar  en realidad, por suerte tengo un “fin de mes”, un refrigerador, una estufa,  un reproductor de música con bocinas, hay quien no tiene nada y ninguna posibilidad en medio de la Pandemia.

La receta clásica de crepas lleva por cada 100 gramos de harina, una taza de leche, un huevo, una pizca de sal y una cucharada de mantequilla derretida, mezclo todo en licuadora mientras bailo “Disco Inferno”. La placa de hierro se encuentra a punto de calor, vierto la mezcla y veo cómo se va  formando la tortilla. Ojo –me digo- tiene  que quedar delgada, lo suficiente para poderla enrollar. Van una tras otra, al final tengo un altero de crepas en la charola. ¿Para qué tantas, me digo, solo estoy yo aquí, confinada, sin pareja, los hijos en sus propios hogares. Nadie a mi lado que disfrute las delicias de este platillo.

Con “We are familiy” a todo vuelo, dispongo la mesa. Lugar solo para uno: Mantelillo, plato extendido, cuchillo y tenedor, taza para el té, copa para el jugo. Con cuidado acomodo la fruta, el jugo, las crepas, relleno con mermelada artesanal. Para compensar tanta azúcar (no resultó ser un desayuno tan sano) vierto té negro chai en la taza y de inmediato se incrusta en mis narices el divino aroma de las especies que contiene: canela, clavo, jengibre, anis. Me congratulo nuevamente porque todavía tengo olfato, gusto, oído, vista, tacto y sentido del ritmo, como gustosa mientras  “A tast of honey” me hace mover los pies.

“I will survive” no puede faltar, me levanto de la mesa para seguir bailando; brinco, levanto el brazo y grito:  I will survive, I will survive, I will survive!!! Veo la charola de crepas y decido: Las compartiré como las abuelas que hacían kilos y kilos de galletas para todo el barrio, porque sea como sea, sobreviviré, sobreviviré.