Thursday, October 21, 2021

Resistencia

 

LA RESISTENCIA DE LA MAESTRA MALDONADO

Por Flor María Vargas

 

-Me levanto cuando canta el primer  gallo, salgo y toco el riel para que los niños en sus casas se pongan en pie y vayan a lavar el nixtamal; al segundo gallo toco otra vez el riel para que los niños se laven cara y manos, se vistan y desayunen; ya cuando el sol se ve un poco arriba del horizonte toco nuevamente el riel, ahora si para que se vengan a la escuela-

Esa fue la respuesta de la profesora Maldonado cuando le preguntaron en que horario atendía su escuela unitaria y multigrado en el poblado de “El terrero”, una comunidad de la campiña chihuahuense que no rebasaba  los 500 habitantes, allá por la década de los 50s del siglo pasado.

En aquellos años,  mi padre, el Profr. Daniel Vargas Gamboa, era inspector escolar en esa  zona rural de la entidad. Según cuentan, entre muchas anécdotas de todo tipo  derivadas de las condiciones en que se desarrollaba la labor del maestro en esas comunidades rurales,   generalmente alejadas de las vías de comunicación, que dos veces al año  el profesor o profesora  debía presentar, en la sede de la Inspección,  un informe detallado de su tarea educativa, la organización de su escuela, horarios, alumnos, incidentes. Ese año estrenaban un formato diseñado para ello.

Si actualmente resulta difícil acceder a muchos puntos geográficos distantes en  nuestro territorio, hace 60 años aquello era muchísimo más complicado, sin vías de ferrocarril suficientes,  carreteras ni vehículos de motor asequibles, sin telefonía, cualquier traslado se hacía a lomo de caballo y había que confiar  casi ciegamente en la buena disposición de las y los profesores que se hallaban solos con su soledad en las comunidades.

La secretaria de la Inspección  recogía los informes, los más presentables  elaborados a máquina, la mayoría escritos a puño y letra. Uno de esos días, respondiendo al llamado que le hizo el Inspector, se presentó la Srita. Maldonado.

La profesora andaba como en los 45 años de edad, el  cuerpo todavía firme, su rostro moreno y cabellera ensortijada delataba un origen afroascendiente;  zapatos muy gastados pero bien lustrados, pulcras medias de popotillo, vestido de color oscuro con encajes en el cuello, una medalla dorada pendiendo de un broche en el lado del corazón. Su cuidadoso atuendo, aunque sencillo y humilde, reflejaba la formalidad que debía portar hombre o mujer dedicados a la noble tarea de enseñar. Era el vivo retrato de la maestra rural en las medianías del siglo veinte.

-¡No, yo no puedo llenar eso, no le entiendo! – fueron sus palabras cuando vio el formato del informe.  Dicho esto, la secretaria se ofreció a llenar el formato y comenzó a interrogarla:  

-¿A qué horas abre la escuela? ¿Cómo? ¿Cuándo sale el sol en el horizonte? – Y tecleó en la vieja máquina Remington de la oficina musitando:  –Pongamos que a las 9 de la mañana- . Y continuó el interrogatorio: - ¿A qué horas les da receso?-

-Pues mire – contestó la srita. Maldonado -cuando está el sol a mero arriba y que comienza a sentirse fuerte  el calor, los dejo salir para que vayan  a comer a su casa bien comidos, su sopita, tortillas recién hechas, frijoles, que estén bien alimentados y que duerman una siesta para que crezcan fuertes y sanos. Ya que comienza a bajar el sol les vuelvo a tocar el riel para las clases vespertinas-

Lo que la secretaria tradujo como: “Salen a la una y regresan a las 4 de la tarde”.

En otra ocasión la profesora Maldonado mandó una extensa misiva, como de 10 hojas, escrita con elegante letra cursiva del método Palmer,  con el objetivo de solicitar cambio de adscripción. En la  carta  explicaba que, aunque tenía ya varios años  ejerciendo la docencia en esa escuela y por sus aulas habían pasado una cantidad de niñas y niños que ya eran hombres y mujeres de bien,  en los últimos tiempos se encontraba totalmente a disgusto y hasta temerosa.

Describía que ese año escolar  se le había metido la idea al señor Isidro Balderrama, padre de familia y personaje con mucha predominancia en el lugar, de quererla seducir. El hombre, ya medio madurón, tenía fama de ojo alegre, pero que ella nunca jamás aceptaría las proposiciones de un hombre casado y se había negado de todas las maneras posibles, primero se hizo como que no entendía, y de verdad no lo quería creer; luego, fue un contundente no.

Sin embargo, seguía la explicación, al sr. Balderrama parecía que le decía que sí y para colmo le había dado por irle a tocar en la ventana por las madrugadas, así que,  temiendo lo peor, ella decidió prepararse colocando unos baldes de agua cerca de la puerta a manera de protección. La madrugada del domingo anterior sintió cómo el hombre venció la chapa de la destartalada puerta de la “casa del maestro”,  pero que  en cuanto él asomó la testera ella le arrojó los baldazos de agua serenada. El hombre, sorprendido, no tuvo más remedio que irse mojado de pies a cabeza en medio de la nevada que en ese momento estaba en su apogeo. Luego se enteró que el hombre había cogido una terrible neumonía de la que estaba aún convaleciente. Así contados los sucesos la profesora Maldonado insistía en su cambio inmediato, por la vergüenza y el miedo de hallarse sola y vulnerable en aquella comunidad donde había vivido tantas y hermosas experiencias como maestra rural de escuela unitaria.

Pasan las décadas y aunque ha habido muchos avances tecnológicos y científicos, lo esencial permanece; la pobreza del medio rural en México permanece y  todavía hay centenas de miles de escuelas unitarias en comunidades rurales apartadas, en  donde igual número de profesores mexicanos viven cada día sus jornadas laborales tratando de adaptarse a las condiciones de vida que ofrece la comunidad y, desde luego, resistiendo a  situaciones de vulnerabilidad extrema.

 

 

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