Tuesday, November 13, 2018

NO MORIR EN EL INTENTO 2


LA BUR-R-OCRACIA

El término “burocracia” viene del francés bureaucratie, y este de bureau que se traduce como  mesa, escritorio, y -cratie, -cracia: gobierno. Regularmente, al hablar de burocracia se le asocia con ineficiencia y exceso de trámites y papeleo que no llevan a ningún lado, así como en el ejercicio del poder para sostenerse  a sí misma en el poder.
Cuando inicié mi colaboración con el INEA lo hice, como muchos, inspirada en las enseñanzas de Paulo Freire y con la firme intención de contribuir en el combate a la ignorancia. El INEA era una institución naciente y la mayoría andábamos en la veintena de edad. Bastante jóvenes y soñadores, fuimos capaces de crear lo que no existía a base de pulmón. Todos los primeros años mi labor fue en el campo, en las colonias de trabajadores y de paracaidistas, y posteriormente en el Programa de Educación Básica en Centros de Trabajo. Pasé de visitar casa por casa a los usuarios y de negociar con los dirigentes de las colonias, fueran del PRI o del CDP, a negociar con gerentes y propietarios de toda la gama de empresas de la iniciativa privada y del sector público, para llevar los servicios de educación básica para adultos a los centros laborales.  Esas experiencias quedaron plasmadas en un texto que obtuvo un tercer lugar en el  concurso de testimonios de la educación convocado por el CIDA cuando lo dirigía el Dr. Armando Loera.
Lo que no fue reflejado en ese texto era la repugnancia que me ocasionaba la burocracia, a la que percibía como enemiga acérrima  de la educación. La burocracia con sus interminables papeleos y temporalidades mataba toda buena intención. Más de una vez me confronté con los compañeros burócratas porque le negaron alguna constancia o certificado de estudios a alguien, o porque los hacían esperar horas o dar vueltas y vueltas antes de “hacerles el favor”.
Cierta vez le negaron atención a una señora que había logrado escapársele al marido –era un caso extremo de violencia intrafamiliar-  y yo fui al día siguiente a reclamarle a la compañera por su desatención, haciéndole ver lo difícil que era para la persona acudir a las oficinas, ella nada más me veía sin proferir palabra alguna; ya desahogada y con el documento en mano me fui a llevárselo a la usuaria.  Sin embargo, durante mucho tiempo llevé el cargo de conciencia por haber sido imperativa con la compañera y como veinte  años después le pedí disculpas, ella simplemente me respondió: “Ni me digas, yo estaba muy apenada contigo, tú te preocupabas tanto por los adultos”.
Por esas fechas escribí un cuento, a todas luces inspirado en esas vivencias, que fue publicado creo que en El Heraldo. Obvio que fue leído por los directivos de la institución y alguno llegó a comentar con disgusto que yo los juzgaba de “burócratas”. No obstante, el dichoso cuento fue premonitorio y pocos años después fui invitada a incorporarme a la plantilla de funcionarios de la institución  para hacerme cargo del  área  de Participación Social.
Más pronto cae un hablador que un cojo, digo yo siempre, porque rápidamente me vi convertida en "burócrata". Entre las importantísimas actividades que debía realizar estaba la de llevar el seguimiento de un formato –bendito invento de la burocracia el “formato”- para medir los logros en Participación Social. Los coordinadores de zona debían registrar ahí toda acción producida por efectos de la solidaridad y calcular en dinero hipotético lo que había sido ingresado. Era bastante absurdo y yo, claro que les exigía su cumplimiento como si en ello me fuera la vida, hasta que me dieron una lección inolvidable.
Cuando vi entrar al compañero de Guachochi por mi oficina le reclamé su falta de cumplimiento con dicha información; él, que era bastante rijoso, logró controlar su ira para responderme que no tenía manera de mandarlo, a lo que yo le contesté: “pues mándalo por fax” (aún no existía el internet). En ese momento aquél soltó una carcajada estruendosa para espetarme en la cara: -¡Será por burrofax! ¿Qué te hace pensar que hay fax en Guachochi?- . Tenía toda la razón, en esos tiempos no había carretera para Guachochi, la comunicación más avanzada se hacía por Teléfonos del Estado y ésta que escribe, como buena "burócrata", jamás había puesto un pie en aquellas latitudes, pero eso si,  me creía capaz de imponer mis  inexpertos criterios.
Afortunadamente, en cuanto pude me libré de ese destino. Ser "burócrata" no está con mi esencia creativa. Luego de eso estuve muchas veces en Guachochi y recorrí prácticamente todo el Estado para conocer  su geografía, su gente y empaparme de la realidad. A nadie le sobra un baño de pueblo.
Después  decidí poner miras hacia otros objetivos que me dieran más satisfacción, que tuvieran más relación con mi visión e ideología, en la defensa de los derechos de la mujer,  la promoción cultural, el fomento a la lectura, los derechos de los pueblos originarios, la investigación educativa, el diseño de materiales didácticos y desde luego la literatura y el periodismo cultural. He transitado por diversas instituciones, he conocido gente, me he enriquecido con la sabiduría de muchos compañeros y compañeras de trabajo. He aprendido de la mejor y la peor manera, pero siempre en la misma línea, la de la creatividad versus la destrucción.
He conocido a todo tipo de personas y todo tipo de situaciones. Hoy en día, por desgracia, me he topado nuevamente  con algún o alguna burócrata  de esos que odian a la humanidad y que fincan su valía personal en la capacidad de obstaculizar al otro.
El "burócrata" aberrante es incapaz de comprender la misión de la institución en donde se desempeña, para él -o ella- su mundo se reduce a lo que sucede alrededor de su escritorio y el podercito que detenta a través de su firma y sellos; se aferra a sus “formatos”, a sus estúpidos procedimientos, es sádico y disfruta haciendo sufrir a quienes llegan a realizar cualquier trámite con él. Que la firma tal, que el folio ese, que las mil copias, que me caes gordo y no te tramito nada o por lo menos te aplico el “tortuguismo” a ver si te cansas y te largas. Los reconoce uno porque regularmente muestran una sonrisa sarcástica y de burla mientras su víctima trata de desentrañar su perverso discurso.

 ¡Válgame Dios! Toparse en la vida con un o una "burócrata" de ese proceder  es peor que recibir una patada en el cu-tis.
Debo aclarar que no todos los que trabajan como burócratas son “burócratas”, también hay buena gente.

Monday, July 16, 2018

 NO MORIR EN EL INTENTO I
Flor María Vargas

No morir en el intento es mi principal regla de sobrevivencia. Siendo mujer a la que le han crecido las ideas y de la que suelen decir cosas muy feas –como dice el verso de la canción aquella de Gloria Martín-  está dado por sentado que todo el tiempo deberé navegar a merced de  la corriente en este mundo androcéntrico regido por hombres machistas, con la colaboración decidida de  mujeres híper  machistas. En este navegar no soy única, somos muchas pasando por ese tránsito. En realidad somos legión.  Algún día, que llegará pronto, me dedicaré a escribir mi testimonio de la lucha continua por ser mujer y no morir en el intento.
Todavía era adolescente cuando llegó a mis manos un libro sorprendente, fue un best seller mexicano de la época titulado “Anecdotario de una vida inútil pero divertida”, cuya autora, “Fulana de tal”, permanecía en el anonimato. La escritora decidió publicar sus memorias, según ella misma lo afirmaba, por consejo de su terapeuta, en una edición mal hecha de imprenta. Se dice que llegó a colocar más de 40 mil ejemplares.
La autora tuvo la delicadeza de nunca revelar la identidad para no perjudicar a su familia, ya que Fulana de tal era, en la realidad, una joven perteneciente a la empoderada clase política nacional. Ella decidió poner en papel lo que veía cotidianamente, describiendo con pelos y señales el medio donde  se desenvolvía la inútil vida de una mujer joven de clase alta en aquel México de mediados del siglo XX, rodeada de lujos, privilegios y canonjías inmerecidas. La protagonista podía tener lo que quisiera, las mejores escuelas, auto, chofer, si quería trabajar por matar el tiempo tendría empleo bien remunerado por ser hija de quién era , aunque solo fuera de “aviadora”; atención de los playboys más codiciados de la clase política, de hecho posibilidades de un redituable enlace matrimonial; fines de semana en Acapulco, viajes a Europa en el avión presidencial, mientras que en los escalones más bajos de la burocracia se revolcaban como gusanos miles de empleados sometidos y explotados, que solo podrían levantar cabeza a base del servilismo y la corrupción.   Todo ello aderezado con una  narrativa muy divertida, como lo dice el título.  
Por su carácter anónimo, su espíritu crítico y tal vez sin proponérselo, “Anécdotario de una vida inútil pero divertida”  abreva indiscutiblemente de la tradición picaresca novohispana ( Periquillo Sarniento).
El libro llegó a mis manos como se fue, en una prestada, porque para eso son los libros, para que circulen. En fin, hace algunos años quise volver a leerlo y  empecé a preguntar aquí y allá, sin éxito. A lo sumo, localicé por vía telefónica a la secretaria del albacea de los bienes de la autora, ya fallecida, quien quedó de hablar después para confirmar si podría conseguirme un ejemplar. Pasó el tiempo y nada. Hoy me enteré que ya se encuentra en Amazon. ¡Excelente! Pediré  uno en cuanto se pueda.
Poco después aparecieron otros dos libros autobiográficos de escritoras mexicanas que también me causaron gran impresión: “Tal cual. Vida, amores y cadenas” de Irma Salinas, y “A calzón quitado” de Irma Serrano. “Las Irmas”, como solía decirse en  algunos círculos para referirse a las dos autoras y a su increíble irrupción en el mundo editorial de México como si fueran parte de una misma dupla, fueron mucho más reveladoras que Fulana de tal. Para empezar nunca ocultaron su identidad, ambas afamadas, una por la industria del espectáculo y la otra  por pertenecer a familias  extremadamente poderosas en la vida económica del país, simplemente le dieron rienda al desahogo, pero con mucho más cuidado editorial.
¿De la Serrano qué puedo decir? Se trataba de su primer libro autobiográfico, escrito con mucha amenidad, muy acorde a la estrambótica personalidad que portaba de mujer entrona y empoderada,  y desde luego que nos alimentó el morbo a millones de mexicanos ávidos de destrozar la imagen del expresidente Díaz Ordaz, odiado  por la masacre de Tlatelolco, tan feo pero tan cachondo según se supo. No se diga la imagen del presidente Echeverría que, siendo el Secretario de Gobernación, servilmente  le pelonaba las manzanas a la amante del Jefe Supremo de las Fuerzas Armadas  Mexicanas, o sea don Gustavo, y que muy probablemente habría intrigado con la primera dama para instrumentar la persecución de que fue objeto la Tigresa, a quien de pronto se le cancelaron contratos y compromisos artísticos de todo tipo por órden de la ñora Díaz, lo que ocasionaría a la postre  el rencorcillo de la diva de la canción vernácula que devino en el éxito de librería.  Situaciones de esas ocurrían en los años sesentas del siglo pasado y, aunque lo duden, suceden todavía en nuestras sociedades donde impera la doblemoral.
En cambio, a propósito de hipocrecía y doblemoral, la lectura de “Tal cual” solo podía suscitar dolor e indignación. Nos puso al tanto del clasismo y conservadurismo de los potentados postrevolucionarios ( aunque más más bien añorantes de Don Porfirio) , de la opresión en la que vivían las mujeres de la Hig Sociality en México, de la infinita discriminación por razones religiosas en una nación  pretendidamente laica, de la miseria y avaricia de una clase social que tiene todo  pero siempre quiere más. Simplemente para llorar.
El punto es: ¿Cómo escribiría la autora su testimonio de vida? Me gustaría, desde luego, un estilo divertido como el de Fulana de Tal, con el arrojo de la Serrano, pero ni soy divertida, mucho menos empoderada como lo era La tigresa. Lo más probable es que me acerque al doloroso caudal de indignación de la Salinas, con la diferencia de que la neolonesa escribió sus memorias cuando ya estaba del otro lado del arroyo, a salvo. Mientras que ésta,  la del teclado, sigue practicando el rafting en peligrosas aguas y sin salvavidas.    







Tuesday, May 01, 2018

LECCIÓN DE ECONOMÍA DOMÉSTICA 2





Mira, Bartola, ahí te dejo esos dos pesos, pagas la renta, el teléfono y la luz; de lo que sobre, coge de ahí para tu gasto, guárdame el resto para echarme mi alipús…”. El gran cronista musical de México, Chava Flores, siempre tan atinado, describió en una canción titulada Peso sobre peso, las penurias que suele sufrir el ama de casa común para estirar el “chivo” que da el marido para los gastos de la familia. El autor exploraba con comicidad el triste estatus de la esposa que hacía milagros para la sobrevivencia mientras el marido le escamoteaba hasta el último centavo. Desde luego subyace la crítica social y la denuncia, tanto de los bajos ingresos con que debe subsistir una familia promedio en México, como del  machismo que victimiza a la mujer haciéndola responsable de la insuficiencia. Esto era así en los años cincuenta del siglo XX cuando  la canción fue un éxito radial, y sigue siendo casi igual hasta  la fecha.
Algunas décadas después del lanzamiento de “la Bartola” –como se conoce la canción- un editorialista chihuahuense bastante reconocido  publicó un texto que yo recuerdo particularmente con agrado, en éste el autor elogia la capacidad de su esposa para cuidar la buena marcha del hogar, como dar de comer a la familia de seis con medio kilo de carne molida y aguantar toda la increíble cantidad de faenas hogareñas, desde preparar alimentos, ir al mercado, lavar y planchar la ropa, ayudar en las tareas escolares de los hijos y hasta hacerla de enfermera, chofer, jardinera y demás, llevando en el estómago solo una taza de café y una tostada.  En ese tiempo, siendo  yo también madre de familia con dos hijos pequeños, que reinaba en mi hogar a duras penas con los 100  o 150 pesos por semana que proporcionaba el príncipe consorte, le agradecía al editorialista su sensibilidad.
Como quiera, la fama de buenas administradoras de  las carencias sigue siendo privilegio de las amas de casa, de donde se infiere que cualquier empresa dirigida por mujeres podrá sobrevivir en la escasez.
Una de las formas más sutiles que adopta la violencia de género, pero no menos brutal en consecuencias, está relacionada con esa idea de que, como a la Bartola, a la mujer le basta con dos pesos para administrarse, por lo que en muchos  ambientes de la función pública los recursos destinados a proyectos de mujeres o bajo la dirección de mujeres, son mucho menores que otros, para no hablar de la disparidad de los sueldos que reciben en relación a los de los varones.
Actualmente se presume de que los gabinetes de funcionarios de la administración pública son totalmente pares, es decir que existe una participación 50/50 de los géneros en posiciones de primer nivel. Antes de aceptar como cierta esa aseveración me gustaría conocer los presupuestos que se le otorgan a cada dependencia, estoy segura que no resistirían una comparación de género pues es evidente que, en proporción,  aquellas áreas que son presididas por mujeres son las que detentan menos recursos económicos, humanos y de infraestructura. Podría decirse que  son  apreciadas como las menos importantes en los organigramas  organizacionales, las de menos trascendencia en las políticas de estado, las de menor influencia, las de menos “power” al final del día, aunque en algunos casos excepcionales sean las que mejor responden y las que permanecen más leales a los principios de la gestión. Es una pena realmente porque se desperdicia talento y vida.
El día en que sean mujeres las que estén a la cabeza de las dependencias con mayor influencia en el organigrama del ejecutivo de gobierno, cuando  sean ellas las titulares de las Secretarías de Gobierno, Hacienda, Educación, Salud, Desarrollo Social, Desarrollo Rural, Fiscalía y Obras Públicas, y no solamente en áreas donde se les escamotean hasta los dos pesos de la Bartola, entonces si será posible creer que existe igualdad entre géneros y reconocimiento pleno de la capacidad de las mujeres para conducir las políticas públicas. Por lo pronto solo es discurso sin contenido.


Friday, March 30, 2018

Una lección de economía doméstica





Doña María Trevizo de Frescas, mi abuela materna, tenía una frase para justificar su quehacer culinario: “A la cocinera, la hace el recaudo”. Lo cual tiene su trasfondo. En la economía del productor de autoconsumo, es decir, del agricultor temporalero como era mi abuelo, la cocina solía organizarse de acuerdo a lo que había en el año. Si había buena cosecha de maíz, frijol, calabaza, si se criaba el marranito, si las vacas  daban abundante leche, si las gallinas eran ponedoras, si la huerta era regada con oportunidad para producir alfalfa, frutas y hortalizas, habría siempre abundante comida. Si no, pues no. Por más esfuerzos que se hicieran para rendir lo poco, el menú de la cocina sería magro e insuficiente, y peor cuando se trataba de alimentar una decena de hijos.
Todavía me tocaron a mi lo esfuerzos de doña María por alimentar a su prole en esos tiempos en que una veintena de nietos, más los hijos, hijas y yernos, acampábamos impertinentes en su sencilla pero siempre pulcrísima  casita de adobe.   Solía preparar frijoles aguados en una enorme olla de peltre. Los hacía caldosos y ya sobre el plato les agregaba pico de gallo o, a veces, asadero o simplemente suero de leche para añadirles algo de sabor. A mí me parecían geniales y en algún momento llegué a exclamar que como los frijoles de mi abuela no había vuelto a probar, entonces mi madre me reveló lo obvio, que los preparaba con mucha agua para que rindieran.
De este modo, no puedo presumir de haber probado platillos  grandiosos en la cocina de mi abuela, sino únicamente  la sencillez de una culinaria definida por las carencias antes que por la abundancia. La sabrosura del alimento radicaba más bien en el hambre del comensal y en el amor que le imprimía la cocinera al prepararlo.
Esto viene a colación porque, de algún modo, los hacedores de políticas públicas para el bienestar del pueblo,  quienes llegaron ahí gracias al voto popular y nada más que por eso, a estas alturas del siglo XXI siguen considerando que sus gobernados de las clases bajas sobreviven mejor administrando las carencias y ahí los dejan a que se rasquen con sus propios medios antes que ofrecerles verdaderas opciones de mejoramiento, que al cabo son bien duchos para la economía doméstica.
Recuerdo con frecuencia otra frase dicha por un gran amigo, experto en planeación educativa: “Proyecto que no impacta en el presupuesto vale madre”. Por si alguien no comprende el alcance de esta frase diré que en las instituciones con frecuencia se presentan proyectos basados en ideas super maravillosas, revolucionarias a veces, destinadas a resolver sentidas problemáticas  sociales, llámense leyes, acuerdos interinstitucionales, proyectos o programas, que nunca se concretan efectivamente por carencia de presupuesto.
Así, en el estado se han aprobado, por ejemplo,  leyes que han quedado de ornato por muchos años debido a que no se establecieron reglamentos para su operación y mucho menos presupuestos para hacerlas efectivas. En este caso no dejo de preguntarme ¿Para qué aprobar una ley, diseñar un programa o plantear  un proyecto y luego dejarlos sin efecto al negarles los instrumentos necesarios? ¿Negligencia, descuido, falta de interés? ¿O bien, olvido deliberado para no permitir que ese “asunto” afecte intereses superiores de quién sabe quién?
Cualquier intento de corregir el rumbo, de retomar problemáticas postergadas, de formular nuevos planteamientos en las instituciones de gobierno para el bien de la comunidad, solo podrá hacerse realidad si se abordan con seriedad y compromiso por parte de las autoridades de primer nivel y de ahí para abajo toda la estructura;  como dijera mi abuela “El recaudo hace a la cocinera” y si se pretende desatar procesos que resuelvan problemáticas añejas de rezago  social, se les deberán destinar recursos humanos y financieros para lograrlo. De no ser así no pasan de ser buenas intenciones, que al contrario de la anécdota familiar, no se podrán compensar solo con amor materno.





Este Mundo loco: La guerra de los "estacionamientos"

En alguna revista de antaño, de las que se leían en mi casa en aquellos años de mi infancia, había una sección titulada “Este Mundo loco”. Ahí se describían sucesos insólitos, rarezas, costumbres extrañas de continentes lejanos. Era una lectura divertida y amena que al final   dejaba al lector una sensación como de reconfortamiento. En el fondo uno pensaba que, después de todo,  en el anodino universo personal se estaba bien. La realidad es que las locuras nos circundan mucho más de lo que uno quisiera hoy en día.
Esta que escribe vive en un barrio obrero desde hace más de tres décadas, en una sencilla casita de Infonavit con jardincito en el frente y espacio en la cochera para un auto. Mi casa es igual a todas las demás. Casi todas las familias cuentan con dos autos como mínimo y hasta tres, por lo que hay momentos del día o la noche que los espacios de estacionamiento en la calle son insuficientes. De los 365 días del año, por lo menos durante 300  alguno de los vecinos usa el espacio frente a mi cochera para estacionarse en algún momento del día. Cuando llego por las tardes a casa –esto ya se volvió rutina- detengo el auto frente a la casa, a veces toco el claxon y sale el vecino en cuestión o me bajo a tocar las puertas para pedirles que se retiren. Hace años que dejé de molestarme por eso, lo hago sin sufrir, pienso que todos son muy buenos vecinos y cuando pido alguna ayuda siempre acuden en mi auxilio con la mejor disposición. Es, digamos, un dar y recibir que nos ha permitido vivir en armonía por treinta años. Bien vale la pena un poco de amabilidad. Por eso no me explico ciertas actitudes que narraré a continuación.
Uno de estos días una amiga se estacionó en los cajones de un centro comercial que está frente a su trabajo, donde por cierto suele desayunar dos o tres veces por semana. A la hora que llegó todavía estaban cerradas las cortinas metálicas de los establecimientos y dado que planeaba salir en unos minutos no creyó hacer mal, pero no salió. Tuvo tal presión en el trabajo que no se levantó de su silla ni para ir al baño. Llegó la hora de salida y se quedó una hora más. Cuando por fin salió ni siquiera se acordaba donde se había estacionado –lo cual le sucede con frecuencia, es tal su despiste-, hasta que vio el auto bloqueado por otro que estaba detrás. Con resignación y consciente del  error fue entrando  a los cafés, boutiques y otros negocios para pedir que la desbloquearan. En uno de los lugares, el dependiente la puso como “palo de gallinero” y ella asentía pidiendo disculpas. ¿Cómo explicar su despiste? Pero el hombre continuaba y continuada su retahíla de amenazas, que les quitaba los clientes, que le iban a ponchar las llantas,   rayar la carrocería, quebrar los vidrios, que mejor se cuidara porque el dueño era de armas tomar. Al fin encontró en otro negocio a quien había dejado su vehículo detrás del suyo, a propósito debo decir, y nuevamente la cascada de reclamos por parte de la propietaria y disculpas por parte de mi amiga, a tal grado subió la agresión que ya estaba decidiendo irse, dejar el auto ahí o quedarse a pernoctar dentro de él, cuando en eso entra un muchacho de no más de 15 años amenazando con sacar la fusca. ¡Imagínense ustedes! ¡Por un asunto de un estacionamiento en una plaza comercial donde hay hasta 10 o más cajones para tal efecto, amenazar con sacar armas de fuego cual viles sicarios! ¡Amenazar a quien además es clienta frecuente del lugar! ¡Este mundo es de locos!  
Esta anécdota me hace recordar otra. Un amigo tenía una escuela de belleza bastante exitosa en una avenida con mucho tráfico vehicular. La Academia solo tenía dos cajones de estacionamiento por lo que las alumnas debían estacionarse en calle colindantes. En la esquina había un establecimiento atendido por un hombre exhibicionista e intolerante. Una tarde salió hecho un energúmeno, en camiseta de tirantes para mostrar los músculos, y agredió a las muchachas que se estaban estacionando en la banqueta de su fachada; entre las linduras de insultos que les profería estaba el clásico “pendejas”, lo cual las ofendió grandemente. Al día siguiente llegó el novio de una de ellas con sus escoltas armados hasta los dientes, sacaron al musculoso intolerante de su tienda y lo encañonaron con las armas largas al grito de: ¡A ver pochudo, ahora sí, atrévete a gritarle pendeja otra vez a mi novia! Si no lo ejecutaron en el momento seguramente que fue por no perjudicar a la muchacha. Desde luego, el hombre nunca más volvió a meterse con las alumnas de la academia. ¡Este mundo de locos!
En contraparte, tuve yo una experiencia positiva cuando este mediodía fui a comer en un restaurante popular. Solo había estacionamiento en los cajones de una tienda de lavadoras aledaña del negocio de comida. Teniendo conocimiento de lo anterior dudé en colocar ahí mi auto pero el propietario muy gentilmente me hizo señas para que tomara el lugar y así lo hice. Se lo agradecí al bajar pensando en que por fortuna todavía existimos ciudadanas y ciudadanos totalmente alejados de la violencia  fomentada por la narco cultura que, por desgracia, gana cada día más terreno, como lo demuestran con sus actitudes estas personas, capaces de blandir las armas hasta por una estúpida reyerta  de cajón de estacionamiento. ¡Este mundo de locos por los autos, los estacionamientos y las armas!