Sunday, January 04, 2009

El dolor de fin de año




Escribo el presente texto justo el 1 de enero del 2009. El pasado quedó atrás con su legañas y temores, sólo resta esperar lo que traerá el futuro y como me ha escrito un querido amigo, solo me arrepentiré de lo que no hice porque lo hecho, hecho está. Con pena confieso que en el plano personal lo único que me duele es el estómago (de paso confirmo que yo si tengo estómago) debido a la generosa cantidad de sabrosuras que solemos ingerir con motivo de las fiestas de fin de año. Ya saben ustedes: Pavo, pierna, tamales, pozole, buñuelos, champurrado, moles, vino, champaña, pastas, sopas, pasteles, ensaladas, postres de todos, en fin la lista de delicias es ina-go-ta-ble, lo que da cuenta de nuestra tendencia hedonista de búsqueda del bienestar. Con sabiduría aristotélica dice el rarámuri en su nawésari: Hay que estar bien. Y con ese afán nos aplicamos, esta que escribe y familia, en seguir los rituales de advenimiento de un nuevo ciclo, despidiendo el anterior con abundancia en los placeres gastronómicos. Digamos, pues, que el exceso de dicha se refleja en ese dolorzuelo simplón que se manifiesta con agruras leves. Afortunadamente este tipo de dolor se cura, como bien dice el pequeño José, mi sobrino de dos años, con una pastilla de esas grandotas que hacen burbujas en el agua. Así de simple. ¡Zas! Y queda la dicha…

Mensajes fraternos

La mayor parte de los mensajes que se cruzan por estas fechas llevan ese sentido, el estar bien como anhelo de un futuro inmediato. Nos preocupa alcanzar la felicidad, tener salud, superar los trances económicos, vivir con armonía, encontrar el amor apasionado. ¿Será porque al final del año experimentamos una especie de síndrome que nos hace extrañar todo ello? Quizás, pero al menos por el lado de esta que escribe, haciendo un balance del año que pasa puedo decir que comprendí que la dicha se encuentra justamente en las cosas simples y cotidianas que nos rodean: la familia, los amigos, el paisaje, la música, la literatura, los colores de la vida. A Dios gracias, tuve en los momentos críticos el entrañable amor de una familia cariñosa y protectora, la solidaridad de una gran cantidad de amigas y amigos, una vida interior profunda y el orgullo de haber criado a dos hijos talentosos, plenos de valores que los inclinan hacia el arte y el compromiso social. De los hijos, escritores ambos, tengo que decir que han logrado destacar lejos de esta tierra, donde sus cualidades literarias se han apreciado no por ser juniors de papi, mami o parientes de ningún político en voga, y sin tener complicidad alguna con los mandarines de la cultura chihuahuense. ¿Qué más puedo pedir?

En conclusión: La dicha no se encuentra ni en el dinero ni en la fama, mucho menos en el poder. Pobres de aquellos que navegan con el poder sin saber qué hacer, lo único que se les ocurre es desear más poder, convirtiendo está dinámica en un círculo vicioso.

No perdamos de vista que solo tendremos un futuro armónico si podemos restaurar los valores que nos han hecho ser familia, amigos y ciudadanos comprometidos con nuestra comunidad.

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