Sunday, January 18, 2009

La quedada



Antaño, en todas la familias había tías reconocidas como “señoritas quedadas”; mujeres que habían alcanzado la edad madura sin haber estado casadas, ni habían tenido hijos. Solteronas, pues. Por lo regular se les tachaba de amargadas y/o extremadamente religiosas, puesto que no teniendo una familia propia desahogaban sus afanes en atender las cosas de la iglesia y de los curas. Ellas se defendían diciendo que preferían quedarse a vestir santos que a desvestir borrachos. Como sea, la “señorita quedada” era una institución familiar insustituible, puesto que eran estas solteras las que con frecuencia se hacían cargo de los padres ancianos, hermanos abandonados y hasta de los sobrinos huérfanos. Tal institución social debe tener sus orígenes en la vestales, aquellas mujeres célibes que en la Roma antigua se dedicaban a cuidar los templos de Vesta, la diosa del fuego sagrado. Las vestales, siendo aún niñas impúberes, eran seleccionadas de entre las familias más respetables de la ciudad y llevadas al templo donde debían permanecer célibes durante treinta años. Solo que mientras las vestales eran muy respetadas, casi adoradas como diosas, las señoritas quedadas de nuestra institución familiar judeocristiana, son despreciadas por no tener “hombre”. Bueno, es un decir, porque ahora me asaltan las dudas de si todas esas sufridas “quedadas” realmente fueron castas. Como sea, la quedada ha sido motivo de escarnio, burla, manipulación y discriminación de múltiples formas.


En contraparte, la señorita quedada ha sido reivindicada inspirando memorables personajes literarios; uno de estos personajes, entre los más bellos, se encuentra Amaranta Buendía, creada por la genial pluma de García Márquez en “Cien años de soledad”, aquella que se ocupó los últimos años de su vida a bordar su mortaja y recordar el amor perdido, mal juzgada por sus propios como estéril, fría y seca, mientras que en realidad era un eje importante para contener el desbordamiento de su extraordinaria estirpe, tal como lo comprendió Úrsula, la madre, al final de su vida.


Mujer, casos de la vida real 2

Las quedadas de hoy son un tanto diferentes, algunas estudian, trabajan toda su vida, son eficientes, a veces ganan un salario más o menos bien, pero siguen siendo las sacrificadas, discriminadas y despreciadas mujeres sin hombre. Peor, además, porque al no tener hombre presente suelen ser objeto de todo tipo de manipulaciones. Así le sucedía a Elsa Arratín, una querida amiga, quien obtuvo un título universitario y gracias a una figura agraciada y buenos contactos pudo acomodarse en empleos regulares a pesar de que se le consideraba medio tontita. En una de éstas logró colocarse como administradora plenipotenciaria, nadie se explicaba por qué, de los bienes materiales, financieros y humanos de la institución donde prestaba sus servicios, con los consabidos desatinos que puede provocar una persona de pocas luces en la cabeza con tanto poder en sus manos. ¡Pobre Elsita! Ya nadie la aguantaba por prepotente, histérica, humillante y gritona; solo su jefe, el cual solía calmarla con un -licenciada, no se ponga así- al tiempo que le acariciaba el brazo y el hombro –nada más autorice esta compra y para la próxima reunión del directorio rente aquel hotel con alberca, a poco no le gustaría nadar un rato, ponerse un trajecito de baño y relajarse mientras nos tomamos una copa, juntos.


Nota de última: Revive el caso de la maestra Sonia. Triste, eso les sucede a las mujeres que se pasan de honestas
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