Friday, December 05, 2008

El entierro


Hubo en mi infancia dos personas maravillosas que pocas veces he nombrado: los tíos Angel Medrano y Carmen Reza, quienes me prodigaron no poco cariño y atención en aquellos mis primeros años, durante mis estancias en su casa del viejo barrio de El Pacífico. El tío Ángel, cuyo parentesco no sabemos bien si venía por mi abuelo Juan Frescas o de mi abuela María Treviño, o de ambos –cosa frecuente en los ranchos— (dice mi madre que por lado de los Piñón), había sido para mi abuelo, más que un primo. Ellos dos eran como hermanos, habían crecido juntos compartiendo los juegos de la infancia y las vicisitudes de haber quedado huérfanos de padre a raíz de la epidemia de gripe del año 17 y eran muy pobres, campesinos de tierras temporaleras, sin acceso a sistemas de riego, ni créditos, ni nada. De mi abuelo, me consta su fuerte convicción agrarista y su tesón por el trabajo que lo ayudó a salir adelante con una familia de 10 hijos. Del tío Ángel, se decía en los corrillos familiares que solían integrarse junto a la cachumba de petróleo en la noches rurales de Santa Isabel, que había encontrado un entierro de dinero en plata y oro, de esos que dejaron los revolucionarios por todas partes, y que por ello había logrado hacerse de recursos. ¡Vayan ustedes a saber! Lo cierto es que se casó muy bien, boda en salón y demás, y adquirió una casona rústica muy grande, que ocupaba casi una cuadra, aquí en Chihuahua en el tradicional barrio ya mencionado. Era un hombre extraordinariamente devoto, que acudía diariamente a misa en el Sagrado Corazón de Jesús y mi tía Carmen, que fumaba como nunca a mi corta edad había visto antes fumar a una mujer, era una ama de casa como muchas, preocupada por la carestía de la vida y abocada en atender a sus jóvenes hijas: Elva, Gloria y Tere, y al más pequeño: Héctor. Esto en los tiempos que yo los recuerdo. A veces discutían por razones de economía familiar, la tía exigía, el tío repelaba y se hacían las escenas típicas de los conflictos de familia, volando por los aires los trastes de cocina que afortunadamente eran de peltre. Al día siguiente el tío llegaba con unas monedas terrosas que le entregaba a su mujer para que ésta las lavara y él, tan tranquilo se ponía a enderezar los peltres del día anterior, silbando algo así como “Amorcito corazón” y volvía la armonía a la casona; hechos que, para los observadores, comprobaban la hipótesis del entierro.

(A mis primos, sus hijos, pido disculpas si al evocar aquellos recuerdos a través de la imaginación desbordada de la infancia caigo en alguna exageración. Lo cierto es que los tíos Ángel y Carmen fueron muy pero muy queridos y su recuerdo aún late con fuerza en el corazón de la familia).

El Premio Madre Reynoso

Hace unos días, con motivo de la conmemoración del Día Internacional de la No Violencia hacia la Mujer, fue entregado a Irma Campos Madrigal el 4º Premio Madre Reynoso, en un evento presidido por el propio Gobernador del Estado. Vaya pues la felicitación a nuestra querida amiga Irma, un verdadero ejemplo de rectitud y entereza. Mujer de convicciones, Irma ha sido mástil, timón y brújula de múltiples causas y luchas emprendidas por la izquierda en Chihuahua y, particularmente, de la defensa de los derechos de las mujeres. La ceremonia en cuestión fue todo un acontecimiento; el Salón 25 de marzo estuvo repleto de amigos y partidarios que no dudaron en convertir aquello en una manifestación política –de las buenas—, sobre todo cuando después de leer su discurso, Irma se colocó el sombrero rosa de las Mujeres de Negro.

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