Monday, October 06, 2008

El gallo colorado


Si el síndrome del espejo mágico es terrible para quien lo detenta y más para quién lo padece indirectamente, el síndrome del gallo no lo es menos. Ahí les va una historia:

Allá en su rancho mi abuela María, una mujer sencilla de pueblo, era orgullosa propietaria de uno de los gallineros mejor instalados de los alrededores. Era un espacio grande y de sólidas bardas de adobe, cerrado de modo que las gallinitas no se salieran del corral. Decía ella que para que no anduvieran entre inmundicias. Diariamente les llevaba su maíz quebrado, purina y las tortillas y sopitas que sobraban de la comida. Las conocía a todas y cada una por sus características y hasta nombre les tenía: la pinta, la negra, la colorada, la búlica, la copetona, la cucha, la gritona; en fin, las amaba, cuidaba y alimentaba con esmero para que hubiese todos los días suficiente huevo fresco y carne de pollo o de gallina para las fiestas. En aquel gallinero había dos grandes higueras, una blanca y otra negra, que desde luego daban abundantes higos, tantos que se caían solos y servían también de alimento a las gallinas. En tiempos de cosecha los nietos nos andábamos todo el día asomando al gallinero porque queríamos comer de aquella dulcísima fruta; muchas veces sin animarnos a entrar porque el gallo colorado, dueño y señor del lugar, apenas nos veía poner un pie adentro se nos lanzaba encima a picotados y kikirikis y clocloclos. En verdad aquel animal era temible, no sólo era un aguerrido guardián de su territorio sino también un cruel tirano de sus gallinas, las traía “juídas” y hay de aquella que no se rindiera, la agarraba a picotazos en la cabeza hasta que la atrevida se echaba y pum requete pum… el gallo cumplía con su cometido. El gallo reinó en el gallinero durante años, prácticamente toda nuestra infancia, plagando nuestro anecdotario familiar de historias relacionadas con el gallito valentón, de las corredizas que nos ponía y de las mil y una estrategias que inventábamos para evadir su animal vigilancia. Ya entrada la adolescencia regresé durante unas vacaciones a casa de los abuelos y me enteré de la desaparición del gallo. Lo mataron las gallinas --me contó mi abuela-- un día, como si se pusieran de acuerdo, entre todas lo picotearon hasta dejarlo lacio y así se anduvo un tiempo hasta que colgó el pico. Triste fin el del gallito.

El complejo del gallo

Con esta inocente historia se puede ilustrar el complejo del gallo. Hay hombres que se sienten el gallo del gallinero, esposos de todas la gallinas, papás de todos los pollitos y dueños del territorio y hasta de las higueras. Solo que en ese afán se les va la vida.

La moraleja es que por muy espolonudo que se sienta y muy kakareador que sea el gallo, todo es que las gallinas se organicen para que le den en la torre. Epílogo:

Tanto que me divierte el tartamudo gallo Claudio con sus tarugadas, ahora lo veo sospechoso.

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