Tuesday, September 30, 2008

Amores perros

Han de saber ustedes que en esta mi casa que también es la de ustedes, desde hace unas semanas tenemos nueva inquilina, una hermosa e inquieta cachorra de labrador que ya casi alcanza su estatura regular. Lola, como todos los perros de su raza, es sumamente briosa y juguetona, y en cuanto me ve llegar en alegre arremetida salta colocando sus patas delanteras sobre mis hombros. Desde su advenimiento ha sido necesario cambiar horarios, establecer nuevas rutinas y adecuar el espacio en ánimos de la convivencia. Quien ha resentido la novedad es mi pequeño poodle, que hasta ahora había sido el único dueño y señor de mis afectos perrunos, así como de los espacios hogareños. Beto, que así se llama, tiene una casita en el patio trasero, sus cojines preferidos para dormitar en la sala, sus juguetes de felpa regados por toda la casa y un lugar en la cama durante las noches de frío. Su primera reacción al llegar la perra, lógico, fue de exagerado entusiasmo, después de todo, aunque no pasa de los 20 centímetros de alzada, es un machito con bastante corazón. La diferencia de estaturas e intereses eróticos se dejó sentir enseguida, simplemente a Lola no le viene ni le va mi pobre Beto que ha reaccionado como todos los machos, no la deja comer hasta después que él, le gruñe si intenta de recostarse sobre la manta que originalmente era para ella, si se trata de salir o entrar, primero lo hace el macho y después la hembra. En fin, no ha pasado a mayores ni creo que suceda, la perra es cinco veces más grande pero también es cinco veces más noble, y espero que el perro, una vez que se convenza de que no perderá su lugar, se sienta tranquilo. No obstante lo anterior, me tienen con un pendiente…

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