Tuesday, September 30, 2008

Vals Un minuto 2

A ritmo de Chopin, quien en sus últimos años vivió al lado de Aurora Dupin, mejor conocida por el seudónimo de George Sand con el cual firmaba sus publicaciones. La Dupin era una mujer extraordinaria en todos sentidos: inteligente, culta, talentosa, bella e independiente. Tuvo amistad con un notable grupo de artistas de la época, entre los cuales coleccionó amantes, no obstante siendo su más reconocido amorío el que sostuvo con el compositor polaco. En el Paris de aquellos años era imposible que dos personalidades como Chopin y Sand no se hubiesen unido, el romántico y soñador músico que anhelaba la liberación de su pueblo y la mujer de recia personalidad que escandalizaba a medio mundo porque solía vestir con ropas de hombre, fumar puros y luchar por su propia libertad. El vals de un minuto que estoy escribiendo no quiere más que reflexionar acerca de la causalidad, el valor para ser uno mismo aunque el resto de la humanidad te condene y el amor como eje central de la existencia de los seres.

Tienes un amigo

“When you’re down an troubled, and you need a helping hand, and nothing, whoa nothing is going right. Close your eyes anf think of me and soon I will be there to brighten up even your darkest nigths” (Cuando estés triste y preocupado, y necesites una mano amiga, y nada, nada va bien. Cierra tus ojos y piensa en mí, y pronto estaré ahí. Para iluminar incluso tu noche más obscura). La voz de Carole King canta “You’ve got a friend” desde un disco de 45 revoluciones que gira sobre el plato de un viejo tocadiscos. La música invade el breve espacio de la sala; como ocurre todas las tardes del verano en aquella ciudad templada, afuera llueve una lluvia menuda que refresca tanto el clima que ellos se abrazan casi sin pensarlo y bailan al ritmo de Carole King; no lo meditan, no caen en la cuenta que están subvirtiendo el orden de una relación que puede volverse complicada. Así es el amor, incontenible, llega así, desatado por unos acordes, una mirada, el simple tacto de los dedos; puede ser fugaz o duradero, pero nunca eterno. Puede prolongarse de manera indefinidida o interrumpirse por las circunstancias de la vida, esfumarse como Carole King del mapa musical y solo conservarse como el más bello de los recuerdos. No se, dice ella, qué hubiera sido si realmente se hubiese concretado en una vida juntos. Yo si se, dice él, aún nos estaríamos amando, nos hubiésemos ido a China o a África o a la Polinesia, dondequiera que se pudiera reiniciar la vida, pero seremos amigos, dicen ambos, antes de despedirse una mañana de otro verano. Llama siempre que me necesites, dice él levantando la mano en señal de despedida. “You just call out my name, and you know wherever I am, I´ll come runnig, oh yeah baby to see you again (Tú solo grita mi nombre, y tú sabes que donde sea que esté vendré corriendo, oh sí nena, a verte otra vez). Ahora, mientras sostiene en sus manos el periódico de la mañana donde la noticia de ocho columnas anuncia su muerte en un horrible accidente de carretera en un lejano lugar del país, ella recuerda cómo lo vio la última vez: abriendo su amplia sonrisa hacia el infinito.

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