Tuesday, September 30, 2008

La Rueda sigue rodando.

Antes de su interrupción, con frecuencia en esta columna navegaban algunas historias tiernas acerca de los amigos y la familia, esas entidades que rodean nuestras solitarias existencias y sin las cuales seríamos totalmente infelices. Cada una de estas historias era como una novela por entregas. A menudo algunos lectores se acercaban para preguntarme si eran ciertas, a lo que yo solía responder que podían ser verídicas o solo verosímiles, según el ángulo, pero nunca falsas. Pues bien, entre las totalmente verídicas se ubica la historia del amigo por correspondencia a quien conocí en un encuentro de estudiantes durante la década de los setentas (hagan cuentas), al que nunca volví a ver físicamente, pero con quien mantuve prolongada correspondencia. Sus cartas, escritas en tinta verde y letra menudita, me procuraron muchos buenos ratos de gozo intelectual, permitiéndome alcanzar el reconocimiento más íntimo al que es posible llegar con otra persona en el intercambio libre de ideas a través de la palabra escrita. Claro, esto fue posible justo porque ocurrió en aquellos nostálgicos tiempos en los que el género epistolar todavía era practicado con gusto y no existía el Internet. Todo eso tenía su encanto. ¿Pueden imaginarse ustedes con cuánta emoción esperaba la llegada del cartero? Enseguida tomar el sobre, abrirlo con cuidado, apreciar el olor del papel y la tinta china, desplegar las hojas, observar el texto, leerlo, en fin, disfrutarlo con todos los sentidos, para luego darle continuidad a estos pequeños placeres con la redacción de la respuesta. Desafortunadamente “A” y yo nos perdimos en los vericuetos de la vida. No volví a saber de él en mucho tiempo. Durante décadas evité hablar del tema con la gente que estaba cerca de mi, me preocupaba que no me creyeran y que cualquiera pudiese pensar que “A” había sido invento de una imaginación desbordada. Conservé, eso sí, perfectamente guardadas en el cajón de las pequeñas cosas –el que describe Serrat-- algunas de aquellas cartas escritas con menuda letra verde, con matasellos de Sinaloa, Puebla, Veracruz, México y otros lugares. El desenlace ha sido increíblemente bello y tierno. Finalmente, gracias al Internet –de algo tiene que servir--, nos encontramos a través de la red y pudimos vernos después de más de treinta años. Pero, esa, es otra historia.

No comments: